Prólogo

Tokio

Andrés Cota Hiriart

Japón, isla del arroz; pescado crudo, algas y sake. Meca indiscutible de la animación.
México, pueblo del maíz; chile, frijoles y mezcal. Tierra sagrada del corrido ranchero.

Intentemos colocar a estas dos entidades, a primera instancia tan dispares, bajo un mismo techo. Es probable que lo primero que se venga a la mente sean puras confrontaciones: samurai vs. guerrero águila; catana vs. machete; yakuza vs. narco; haiku vs. albur; soya vs. valentina; manga vs. libro vaquero. ¿Pero acaso eso es todo? ¿No se esconderán bajo la superficie aspectos menos discordantes? Quizás si uno fuerza un poco la vista –podría ser que para lograrlo sea necesario colocar los dedos índices sobre el rabillo del ojo y jalar un poco hacia fuera– y exprime con voluntad el cerebro, comiencen a gestarse puntos en común.
  Ambas antípodas geográficas ostentaron civilizaciones milenarias, por ejemplo. Y en lo referente al entretenimiento atlético, el baseball y la lucha libre figuran como deportes nacionales. O, si la panza es la que dicta los pensamientos, podríamos considerar el hecho de que la cocina de ambas naciones se perfila como una de las más respetadas a nivel mundial con restaurantes desperdigados por todas las latitudes –no existe ciudad que se presuma digna, que no cuente entre su oferta gastronómica con, al menos, un establecimiento mexicano y otro japonés–. En los mismos albores, habría que agregar que cuando se trata de empujar los alimentos del plato a la boca, una y otra tradición cuenta con una variante importante de los clásicos cubiertos occidentales: de aquel lado del Océano Pacífico, los palillos; de este, la tortilla. Y si los modales en la mesa no representan una clave fundamental para comprender la filosofía de una localidad, que alguien me explique que sí lo es.
  Profundicemos un poco más en la cuestión, a fin de cuentas, es justamente en la caracterización de similitudes donde radica el deleite intelectual. Las diferencias suelen ser un tanto obvias, su detección no supone de mayor esfuerzo por parte del observador y la verdad es que no aportan mucho al proceso cognitivo, pues truncan el camino. Las semejanzas y afinidades, en cambio, pertenecen a otra categoría: las conexiones figuran como puntos de partida de los cuales es posible seguir abriendo brecha. Así que no seamos laxos, vallamos un poco más lejos y rebusquemos en aquellos factores que ayudan a acortar un poco los cerca de once mil kilómetros físicos que separan a los dos países bajo inspección.
  No habrá que darle demasiadas vueltas al asunto para constatar que el pavor telúrico es otro común denominador. La suerte quiso que tanto la nación del sol naciente como la del águila en la bandera se hayan aposentado sobre furiosas fallas geológicas, dando como resultado terremotos abundantes. Placas tectónicas en colisión frenética, la población en alerta perene frente a las violentas sacudidas de cemento.
  Más notorio quizás sea un rasgo que la mayoría desconoce. Una amenaza invertebrada, silenciosa y resbaladiza que actualmente afecta al 15% de la población nipona y a miles de connacionales. Nos referimos, por supuesto, al cruento Gusano del sushi. Un nematodo parásito del genero
Gnathostoma cuyas larvas pueden llegar a invadir al ser humano por ingerir pescados de agua dulce crudos o poco cocidos. Y no, el limón no figura como un método satisfactorio de cocción; así que ese cevichito tan rico que te estas imaginando bien podría ser un posible vector.
  Abandonemos por un momento la brutal naturaleza y retomemos la labor de hermanar caracteres. Las capitales de ambas naciones son megalópolis energéticas, tanto Tokio como el D.F., con sus zonas periféricas, representan manchas urbanas que rebasan los veinte millones de habitantes. Ciudades intimidantes que sobre-estimulan los sentidos a cada paso con su barroco contemporáneo, calles repletas de anuncios, cascadas tipográficas y gusto marcado por el kitch. Puestos de comida en la aceras, ríos de peatones en flujo interminable, metro retacado y trafico detestable. Cabe resaltar que los dos mayores mercados de mariscos del mundo se hayan en dichas capitales, siendo el de Tokio apenas un poco más grande que el de la Nueva Viga. Si todo esto no ha bastado para sustentar la presente tesis, tomemos en cuenta que los denominados chales ocupan el segundo lugar mundial en consumo de nopal, tequila y, por sorpresivo que pueda llegar a parecer, peyote. Efectivamente, el pueblo japonés resultó ser tan asiduo a los cactos y sus derivados como el nuestro.
  Claro que existe también la posibilidad de que me equivoque y que mis conjeturas no prueben ser suficiente para zurcir de manera invisible a dos culturas tan apartadas. Pero tampoco nadie afirmó que yo sea figura de autoridad alguna en la materia. Mejor será entonces encomendar la tarea a nuestros exploradores, con toda seguridad Inés y Agustín mucho tendrán que aportar al tema. La misión antropológica que tenemos entre manos es la siguiente: realizar una expedición a la isla remota, absorber su esencia y producir de la experiencia una serie de comentarios gráficos que permitan un acercamiento a la realidad ajena. Foto, dibujo o esquema, no importa, el punto consiste en enmarcar, señalar algo que llamó la atención de estos cuatro ojos viajeros. Fracciones de ese oriente aparentemente tan distante, pero que bien podría estar más cerca de lo que pensamos. Así que basta ya de derivaciones, pongamos punto final a esta antesala léxica y abramos, de una buena vez, el banquete visual. Pase usted la hoja, transite libremente por este mapa en imágenes, códice valioso de la tierra nipona, y formule sus propias conclusiones al respecto.

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Tokio

Los contenidos de esta publicación forman parte del libro original del mismo título editado por la Dirección de Publicaciones de la Secretaría de Cultura.

Ciudad de México, 2016.

Prólogo:
© Andrés Cota Hiriart

Ilustración:
© Inés Estrada Silva
(Inechi)

Fotografía:
© Agustín Estrada de Pavía

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