Don Elías Meléndes rasguea su jarana con calma que semeja el meneo de un follaje movido por la brisa. Sus dedos son duras ramas unidas a las cuerdas que suavemente se proponen hechizar al que lo ve y lo escucha.
Figura patriarcal y legendaria entre los soneros de la cuenca fue don Chico Hernández, a quien unos judiciales le destrozaron los dedos con la cacha de una pistola. No obstante, siendo él mismo un notable curandero y mago, logró regresar su tacto noble al requinto. Sentado sobre su cama paseaba su mano como una gorda libélula sobre el diapasón de su instrumento. Rara vez sonreía y su mirada invariablemente escudriñaba los ojos de quien se posaba frente a él, mientras el respuntear del requinto no dejaba de sonar.
Don Tino Corro es uno de los pocos músicos que quedan en Providencia, allá por el rumbo cañero de Ángel R Cabada. Sembrando su maíz y su caña en tierras que hasta hace poco eran ejidales, don Tino se gana la vida como tantos otros soneros campesinos. Sin embargo es tocando su requinto tercero como logra afirmar su versatilidad jarocha.
Don Leonardo Rascón es quizás el único ejecutante de son jarocho con armónica en la región, aprendió sólo "...desde chamaco" cuando en alguna feria tuvo la ocurrencia de comprarse el instrumento mismo que puede escucharse en el verdor de su propio paraíso.
Andrés "El Güero" Vega se estableció en Boca de San Miguel donde vive cultivando caña. Su maestría en el requinto lo ha convertido en un integrante imprescindible en los fandangos locales y en figura mítica entre los que profesan culto al son jarocho.
Don Esteban Utrera, carpintero y cultivador se encontró con el requinto y los fandangos apenas entrando en la adolescencia. Capitán de una familia de soneros, con su requinto en la mano Don Esteban, al igual que los otros soneros aquí mencionados sabía hablarse de tú con el ritual fandangero en su tierra y, vamos, en cualquier parte del mundo.
Al anochecer alrededor de una tarima, también llamada "puerta de palo" apenas iluminada por un foco o una lámpara de petróleo, los paisanos con sus parejas, los mayores, los solteros y las muchachas casaderas, los adolescentes y los niños aprenden y ejercitan su sabiduría rítmica, musical y lírica. De paso aprovechan para dar curso a rituales amorosos, a sus homenajes amistosos o simplemente se sacan el tedio que producen el trabajo y la cotidianidad.
Fotografía: Agustín Estrada
Texto original : Ricardo Pérez Montfort
Textos tomados del libro: La puerta de palo, FONCA - Ediciones ERA, 1998
Audio: El buscapiés del disco "Las voces del cedro" incluido en el mismo libro, grabación de campo interpretada por:
Benito Jiménez, José Ma. Álvarez e Higinio Tadeo.
Grabación de audio: Pablo Flores
© 2022 Agustin Estrada / contacto: a.estrada@mac.com
Gracias a "Wendy" Cao Romero y "Tacho" Utrera por la guía y apoyo en el proyecto original.